¿Innovación educativa o educación innovadora?

Hoy en día no hay educador, colegio, padre, o medio de comunicación que no haya oído hablar de innovación educativa, entiendo por innovación educativa una serie de cambios en la metodología cuyo fruto será la  modernización de nuestra educación.

Nadie puede dudar a estas alturas que en una nueva sociedad tiene que existir una educación diferente que atienda a las nuevas necesidades. Un siglo XX pletórico de adelantos tecnológicos ha hecho que la sociedad actual sea muy diferente a la de hace solamente unas décadas. Estos cambios vertiginosos requieren una adaptación del ser humano más allá del mero aprendizaje del manejo de nuevos aparatos o de nuevas tecnologías. Estos cambios han generado un cambio de mentalidad que influye en el comportamiento humano. Estas nuevas tecnologías están afectando a nuestra naturaleza en todos sus ámbitos:

Pensamiento:

Los nuevos desarrollos tecnológicos están afectando a nuestra forma de pensar (o tendría que decir a la atrofia de nuestro  pensamiento).

La velocidad a la que se nos suministra la información no permite un análisis profundo y ante una avalancha colosal decidimos, sin darnos cuenta, aceptar lo que se nos repite desde diversos ámbitos. Todo se nos da ya cocinado en los medios de comunicación, en directrices políticas, en los sistemas educativos, etc. Se nos dice cómo debemos pensar, como debemos vestir,  qué debemos consumir.  Sin darnos cuanta nos dejamos llevar porque es más fácil y no requiere esfuerzo.

Voluntad:

Las cosas son cada vez más fáciles de conseguir. A veces, basta con pulsar un botón de nuestro ordenador, lavadora, móvil, etc.

El ser humano por naturaleza, siempre ha tenido la tendencia a huir de las cosas difíciles pero en el momento actual son los medios los que nos ayudan a mantener esta tendencia como ideal supremo.

Muchos teóricos de la innovación educativa lanzan sus razonamientos por este camino de la facilidad, olvidando a menudo, que por experiencia propia constatamos que todo lo que tiene un valor en nuestras vidas nos cuesta algo, es más, nos da la impresión de que estamos hechos de tal manera, que aquello que no nos cuesta el conseguirlo no lo valoramos. Es verdad que queremos tenerlo y servimos de ello pero, luego sentimos en el fondo de nuestro ser cierta desgana y un gran vacío.  Por el contrario, lo que nos cuesta un esfuerzo nos produce plenitud y a la alegría de haber alcanzado nuestra meta. Ocupa un lugar importante en nuestra vida. Es claro que lo más importante no se aprende en un mero juego.

Corazón:

Los fallos en los dos campos anteriores, pensamiento y voluntad, provocan que se vean afectados nuestros afectos más profundos. La insatisfacción que genera nuestra apatía unida a la apatía, desorden, falta de entrega del otro, nos lleva ano luchar por mantener un compromiso en el tiempo. Todo lo queremos rápido y se queman etapas sin que la persona haya alcanzado su madurez afectiva.

A menudo olvidamos que felicidad no está en tener sino en ser. Y esto es lo difícil porque para “tener” sólo hay que de tener dinero u otro medio para conseguirlo. Sin embargo, para ser, hay que esforzarse y exigirse a uno mismo.

Dios:

Como consecuencia de este pensamiento volátil y rápido (relativismo) y la predominancia del tener sobre el ser (Materialismo), la idea de trascendencia se obvia. Comamos y bebamos que mañana moriremos, parece ser el lema del mundo que nos rodea. ¿Para qué pensar en Dios y en un después? 

¡Es necesaria una educación innovadora!

Una educación innovadora que nos haga más fuertes y más humanos. Qué nos ponga delante de los ojos la grandeza a la que estamos llamados. Qué nos haga saltar sobre nuestra tendencia a lo fácil.

Esta educación innovadora no debe ser solamente una mejora cosmética de la educación de cara a unas estadísticas de estándares impuestos como si de una industria se tratase o bien, sujetos a las modas imperantes en el mundo educativo. La educación de un niño no es una moda, ni mucho menos un producto. Su valor no debe quedar reducido a unas estadísticas del momento porque el hombre es más grande que todo eso.

Huyamos de los slogans educativos y preocupémonos más por el niño o, mejor dicho, por el hombre o la mujer que llegará a ser.

Enseñémosle, primeramente, a pensar por sí mismo, para que sea libre en sus decisiones. Fortalezcamos su voluntad para que lleve a término las decisiones tomadas y enseñémosle a querer para que alcance su felicidad.

Educar no consiste en almacenar meros contenidos, o en utilizar unas metodologías determinadas, o en realizar una serie actividades más o menos atractivas. Los contenidos son necesarios e imprescindibles pero no son el fin último. Las metodologías son meros instrumentos que al servicio del educador pero no son un fin en sí mismas. Porque como decía García Hoz: Sólo lo bien hecho educa.

Cuatro puntos cardinales de toda educación innovadora

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